19/07/2009
La película "El hombre de Aran" de Robert J. Flaherty (1935) narra la vida cotidiana de una familia en esta isla de la bahía de Galway. Un lugar hostil donde encontrar tierra para poder subsistir era casi imposible y si la encontraban, a base de romper rocas, la recogían con sumo cuidado para mezclarla con las algas del mar y poder sembrar una semilla. El mar casi siempre enfadado proveía de comida a los habitantes de la isla así como de aceite para sus lámparas. Aceite sacada de los tiburones peregrinos más grandes del Atlántico "basking sharks" e incluso podríamos decir del mundo y lámparas realizadas con conchas arrastradas por el mar. La vida y la muerte estaban presentes cada día, sobre todo cuando los hombres salían al mar para trabajar. Trabajo duro tanto para los que salían fuera de la isla como para las que se quedaban. Mujeres y niños oteaban el horizonte cerca de los acantilados intentando atisbar el regreso de los hombres a la luz del hogar familiar. Luz que permanecía siempre encendida.
El mar en julio no era tan fiero como se presenta en el documental, aunque me imagino que en invierno debido al viento y a los oleajes se acerque bastante a las imágenes del film. La población de origen celta vive prácticamente del turismo. Y la isla está llena de turistas en verano.
Las tiendas de souvenirs venden diversas prendas de lana incluidos los gorros que llevaban los pescadores en 1935.
Las vistas desde el mirador de Dun Aengus Fort no dejarán al espectador indiferente. La naturaleza en su estado más puro. Es un viaje a los confines de la tierra.
Las vistas desde el mirador de Dun Aengus Fort no dejarán al espectador indiferente. La naturaleza en su estado más puro. Es un viaje a los confines de la tierra.
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